Quizá no se encuentre ya ninguna isla como Symi en todo el
Egeo. Se las han tragado el progreso y la especulación inmobiliaria, la
avaricia de sus moradores y los cazadores de fortuna, o sencillamente el signo de
los tiempos. Symi es extraordinaria, alegre, vital y, sobre todo, muy
mediterránea. Pero a la vez –no se lo van a creer– furtiva y prácticamente
virgen.
Además, solo se puede llegar a ella por mar, como debe
ser. Las islas deberían tener prohibido disponer de aeropuertos (qué egoístas
que somos, a veces, los viajeros), y por tanto solo se puede acceder a ella
navegando, lo más fácil desde una nave que parte de Rodas tras dos horas de
pasaje (www.anek.gr) aunque también haya transporte desde las vecinas costas de
Turquía.
Desconocida por las agencias de viajes
Situada cerca de la inmortal Rodas y a pocas millas náuticas
de la península de Anatolia, las emociones que provoca atracar en Symi son
difíciles de calificar. Pocas islas provocan mayor sensación de bienestar que
ésta al desembarcar en ella. Symi es realmente un secarral, una isla de secano
más parecida a los Monegros, con mar, que a cualquier otro paraíso citado por
Homero.
Pero Symi es increíblemente bella. Al llegar a puerto se
respira un aire especial, la sorpresa de descubrir un paraíso desconocido, la
armonía de unos colores, la paz por haber llegado a un lugar con una
personalidad peculiar que no se es capaz de describir inicialmente. Una vez en
tierra, paseando por las pocas calles de su principal localidad, Gialós, se percibe la huella de
varias décadas de presencia italiana y su natural e intuitivo instinto por la bellezza,
algo que los ibéricos jamás alcanzaremos. Tenemos otras virtudes, eso sí.
En cualquier caso, y pese a la infl uencia italiana y a
la cercanía con Turquía, Symi es una isla genuinamente griega. Y como somos un
pueblo del Mare Nostrum, no les quepa la menor duda que al llegar a ella se sentirán como
en casa. Los griegos de las islas del Dodecaneso son muy hospitalarios, especialmente
con sus compadres de la lejana Iσπανία y eso incluso suponiendo que el
viajero no sepa ni un solo vocablo de griego. Unos valores que jamás serán
entendidos en la cancillería deBerlín, el barrio londinense de Chelsea o en
Wall Street.
Hoy desconocida por las agencias de viaje, la isla vivió
un apreciable esplendor durante el siglo XIX, cuando sus pescadores y
mercaderes lograban vender las increíbles esponjas naturales de este litoral al
mismísimo sultán de Estambul y a las mejores casas de Occidente. Pero su mayor
don no es de este mundo –¡ay!, y aquí empezamos a descubrir el porqué de su carácter–.
La isla de
las “Tres Gracias”
Symi fue el enclave escogido por la antigua mitología
griega como lugar de nacimiento de las Cárites, o dicho de otra manera las diosas del encanto y la alegría. De menor a mayor: Aglaya (la “belleza”),
Eufrósine (“el júbilo”) y Talía (la “felicidad”), las tres Gracias que tanto
retrataron artistas como Rafael, Botticelli, Rubens o Antonio Canova.
El misterio de Symi, por tanto, empieza a resolverse. La
madre naturaleza fue generosa con Symi, y uno entiende porqué la mitología
griega, en el fondo, no inventaba nunca nada. Solo traducía al lenguaje de los hombres
los códigos de nuestro entorno. Por eso las “tres Gracias” solo podían nacer
aquí, en una isla adorable y excepcional. Si no Zeus no hubiera permitido que aquí
nacieran tres de sus hijas más “agraciadas”.
Como a Symi hay que ir en vacaciones, hay que darse un
chapuzón de tanto en tanto. En la isla se encuentran una docena de playas prácticamente intactas,
con unas casi imposibles aguas cristalinas, como aghios Giorgios Dysalona solamente
accesible por mar. También son recomendables aghios Vassilios, Giala, Nanou
Beach o Aghios Emilianos.
Por su parte, el hombre, sumiso con los dioses pero
también inteligente, ha regalado asimismo bienes a Symi con una bella
arquitectura insular que se encuentra en numerosas capillas diseminadas por la
isla; el kastro de los Caballeros de San Juan, las angostas callejuelas de
Horio, sin olvidar una vieja farmacia del siglo XIX, y un pequeño pero acogedor
museo naval que desde 1983 cuenta las hazañas de esta tierra y sus aventuras.
Aunque el mayor de los monumentos de la isla sea el monasterio de Panormitis,
una auténtica institución para los marineros del Egeo.
Una isla, desde luego, para olvidarse del mundanal ruido
y soñar que todavía existe el Olimpo, el hogar de los dioses. Un paisaje de secano
y una ciudad colorida atrapan al viajero. Luego hay que ir en busca de una docena
de playas prácticamente intactas, con aguas cristalinas, que solo son accesibles
desde el mar. Y para cuando tengan hambre, una buena
recomendación: Manos Fish, en el puerto.
Una auténtica comida marinera. Tras el
obligado café y la copa de ouzo se sentirán los hombres más dichosos del
Planeta.
Autor: Josep A. Borrell, Periodista e historiador, para www.greciainfo.com.