Por Josep A. Borrell, Periodista e historiador
Las islas del archipiélago del Dodecaneso son muy
diferentes a las Cícladas, y por supuesto a las Jónicas. Pegadas a las costas
de Anatolia fueron lugar de civilización durante el mundo clásico. En la
actualidad son de visita obligada para los amantes de Grecia y de la cultura
del Mediterráneo.
Entre ellas sobresale la isla de Rodas, la más
espectacular. El escritor británico Lawrence Durrell escribió que en el pasado
esta isla podía permitirse hasta el lujo de decidir por su cuenta. “Su
historia, como la de Alejandría podía resumirse en las palabras: poderío
marítimo, oro y mentalidad”. Quien decía esto no era alguien cualquiera, sino
uno de los grandes viajeros y literatos del pasado siglo XX y un gran conocedor
del Egeo, y que además le escribió como homenaje un fabuloso libro recomendable
para todo viajero que quiera acercarse a esta isla, o sencillamente soñar con
el Egeo: Reflexiones sobre una Venus marina. Viajes a Rodas (Península,
1998).
Las vacaciones deseadas por Mussolini
En la actualidad, Rodas es aún una isla igual de
interesante. Quizá no disfrute del oro y el poderío marítimo que tuvo antaño,
pero es un rincón del Egeo al que vale la pena escaparse algún día. Acoge un
clima excepcional, con casi 300 días de sol al año, y unas temperaturas dulces y suaves gracias al
Meltemi (una brisa marina que evita que en verano las temperaturas se enfilen
por encima de los 30 grados). Está rodeada de aguas cristalinas y resplandecientes;
buenas playas de arena fina con modernos servicios; unas tabernas muy animadas donde
disfrutar de la buena (y también la mala) dieta mediterránea, y una rica
historia del arte que engloba tanto el mundo antiguo como el moderno, donde
destaca especialmente una arquitectura medieval excepcional en estas latitudes.
En este sentido es recomendable visitar en la capital de
la isla el museo situado en el antiguo hospital de los Caballeros de San Juan,
el palacio del Gran Maestre de los Cruzados, la calle de los caballeros donde se
sitúan los albergues y palacios de las diferentes naciones que componían la
orden de los sanjuanistas y un puerto excepcional llamado Mandraki. Todo ello
tamizado por la intervención de los arquitectos y arqueólogos italianos que los
años 30 del siglo pasado quisieron convertir a Rodas en el mejor destino de
vacaciones del Mediterráneo para la aristocracia y los seguidores de Mussolini.
Otro de los iconos de la isla es el llamado “Coloso de
Rodas”, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Era una estatua que los rodios
levantaron en honor al dios sol Helios en el año 292 a. de C. en agradecimiento
a la victoria y la libertad de Rodas tras el asedio del un monarca helenístico
de Asia Menor. Pero 66 años después de su construcción un terrible terremoto la
derribó. Pero fue tal su esplendor e impacto en el mundo clásico que pronto
devino uno de los grandes iconos de la Antigüedad por sus colosales medidas: 40
metros de altura y probablemente 70 toneladas de peso. Era un emblema como
lo es ahora la Estatua de la Libertad de Nueva York (por cierto, solo seis
metros más alta).
Sin embargo no todo se concentra en la capital. Es de
obligada visita la vecina Lindos, que fue una de las ciudades de referencia del
Egeo en el mundo clásico. Hoy se ha convertido en uno de los iconos de Grecia,
y sus casas y su paisaje respiran Egeo
por todos sus poros. También hay que visitar los yacimientos arqueológicos de
Cámiros e Ialisos, como las termas de Kallithea y por supuesto las playas de
Agathi, Ladmiko y Tsambika.
La isla es la más importante del archipiélago del Dodecaneso,
un conjunto de islas griegas pegadas al litoral de Anatolia, que atraen cada
año 2,5 millones de turistas. Presentan gran diversidad de paisajes entre ellas:
Si Rodas es la isla de los cruzados, Patmos, en cambio, es mística y fue el
lugar donde San Juan escribió el Evangelio. Kos, la más verde, fue la tierra
natal del gran médico de la Antigüedad Hipócrates. Nisiros es un volcán.
Kalymnos ,la isla de las esponjas y Kárpatos pura tradición bizantina.
Rodas y el Dodecaneso son así de mágicas y variadas. Y
los rodios, como también apunta Mr. Durrell “se manifiestan mercuriales,
ruidosos, volubles, orgullosos... solo comparables a los irlandeses por su
intratabilidad, a veces, pero reconocidos por su generosidad” a lo que yo
añadiría histriónicos y teatrales, a primera vista, pero seductores y
encantadores en la distancia corta.
Contaba el poeta griego Nikos Kazantzakis que feliz del
hombre que antes de morir ha podido navegar por el Egeo. Muchos podrán ser sus
vivencias: las mujeres, la buena comida, las ideas... pero cruzar este mar
durante el dulce otoño, y murmurar el nombre de cada isla a su paso era lo más
cercano al paraíso. Lawrence Durell se conformaba solamente con ver la puesta
de sol únicamente en una de ellas: en Rodas, y así lo escribió: “Nos
encontrábamos en una vieja taberna de la isla llamada Helena allí durante la
puesta de sol, una de las más fantásticas de cuantas he visto, que han
contribuido con tanta justicia a la fama de esta isla”. Feliz viaje.
Autor: Josep A. Borrell, Periodista e historiador, para www.greciainfo.com